Autobiografía
Nací el 22 de febrero de 1966 en Jerez de la frontera (Cádiz).
Mi padre fue Manuel Jiménez, un conocido mecánico tornero fresador de aquella época, y mi madre, María Serrano, ama de casa descendiente de campesinos.
A mi padre le gustaba todo lo relacionado con el arte y la cultura, ya fuera la música, la pintura o el coleccionismo de objetos antiguos. Tenía buena mano con el dibujo y, aunque su trabajo no fuera arte en sí mismo, sí que estaba muy relacionado, ya que él diseñaba las piezas y después las torneaba totalmente a mano (cuando quiero recordarlo, cierro los ojos y solo veo sus manos trabajando). Él despertó en mí siendo una niña sensible y frágil el amor por el arte, y ese fue su legado, pues me dejó cuando aún no había cumplido los ocho años.
En el colegio siempre destacaba en todo lo relacionado con el dibujo y las manualidades. Recuerdo cuando la directora me sacaba de clase para que dibujara los carteles para el tablón de anuncios. A veces, solo ahí me sentía un poco importante, je je.
Con catorce años ya hacía mis primeros pinitos vendiendo en el primer rastro de Jerez figurillas de pasta de papel. Compaginaba el colegio con este y otros trabajos que me iban saliendo.
Aunque nunca fui muy buena estudiante, desde pequeña mi sueño era ser Veterinaria o hacer Bellas Artes, cosa que no fue posible debido a la situación económica que había en casa desde la muerte de mi padre.
Comencé en el mundo del barro con mis visitas a un taller de cerámica que mi hermana mayor había montado junto con su pareja. Iba muchas veces a echarles una mano en cerámicas de tipo utilitario o comercial, aunque con su sello personal. Entonces empecé a modelar figuras que imaginaba y que luego exponía en su taller. Como tenían mucha aceptación, poco a poco empecé a trabajar por cuenta propia, al principio en una pequeña habitación en mi casa y, más tarde, en un pequeño local de la casa familiar. En fin, que cuando me quise dar cuenta, ya estaba muy involucrada en este lío que es el arte. Empecé a presentar exposiciones: unas que me proponían y otras que yo buscaba. Recuerdo que la primera fue en el año 1998 con el escultor en madera Jesús Benítez, en la sala Espacio Vacío de Chipiona, donde seguí exponiendo durante más de diez años; la segunda, también en el 1998, fue otra colectiva en la sala Mengolero de Alicante con un gran pintor y amigo, Bartolo Marín, ya fallecido. Y así seguí durante años entre exposiciones, encargos personalizados, pedidos de tiendas de arte y decoración, etc.
En 2008 participé en el proyecto Zoco de Artesanía de Jerez, donde regenté mi propia tienda taller durante cuatro años. Al mismo tiempo me propusieron participar en otro proyecto en los campos de refugiados del Sahara Occidental (Artifariti), donde impartí talleres de cerámica como cooperante a las mujeres saharauis. Mi estancia allí fue una experiencia maravillosa; hubo un antes y un después en mi vida. A mi vuelta, seguí impartiendo clases de cerámica y modelado en mi tienda taller, pero la mala gestión por parte del ayuntamiento y la crisis económica pusieron fin a este proyecto, que podría haber sido muy interesante. Cerré la tienda y quise seguir con la docencia, así que empecé a buscar trabajo solicitando y ofreciendo mi experiencia en algunas instituciones, pero, al no tener un título académico, no había posibilidades, así que decidí matricularme en la Escuela de Arte de Jerez y saqué un grado superior de cerámica artística. Aquella experiencia me ayudó a reciclarme un poco, pero siempre me consideré autodidacta, pues mi estilo y mi técnica son muy personales. Sin embargo, recientemente he hecho algún que otro homenaje a mis escultores favoritos, Degas y Rodin, entre otros, y me inspiro también en diferentes obras literarias como El Principito, de Saint-Exúpery , El Quijote, de Cervantes y El mito de Sísifo, de Camus.
Actualmente sigo trabajando en mi pequeño taller sin dejar de crear, interactuando con el barro e incluyendo en algunos casos otros materiales reciclados: en definitiva, utilizando esta disciplina como medio de comunicación, ya que soy una persona de pocas palabras cuando quiero expresar algo profundo.
No puedo imaginar mi vida sin tocar el barro. Quizá sea una adicción, quizá una obsesión… ¡Quién sabe!